La palabra café deriva del árabe gahwa y, al igual que la bebida, este término se adaptó según iba moviéndose hacia el oeste. La leyenda cuenta que el café fue descubierto por primera vez en la actual Etiopía por un pastor de cabras llamado Kaldi, cuyas “cabras bailarinas” le alertaron sobre el estimulante. Desde Etiopía, el grano mágico se extendió a Yemen y luego a través del Levante antes de abrirse camino hacia Europa y Asia.
El café árabe está impregnado de tradición, con elaborados rituales que rodean la preparación, el servicio y el consumo. Los miembros más jóvenes de una familia preparan y sirven café en un dallah, una olla con una forma particular y se lo ofrecen al miembro más antiguo de la reunión antes de ir pasando de derecha a izquierda. La copa tradicional (finjan) se entrega con la mano derecha (nunca la izquierda) y llena un tercio del camino. Los invitados remojan un dátil o algo dulce en el café y cuando han tenido suficiente, agitan suavemente el finjan de lado a lado.
La cultura del café también tiene sus inicios en el mundo árabe, junto con la creación de las casas del café, unos centros para hablar e intercambiar ideas. Esta tradición continúa en los majlises, que siguen siendo un elemento básico de la sociedad catarí actual. Al igual que en la época beduina, el majlis es tradicionalmente un espacio exclusivamente masculino, donde el líder de una tribu y los varones de su familia discuten sobre el matrimonio, la política, las finanzas y resuelven cualquier disputa, todo ello regado por el fluir constante del gahwa. Mientras tanto, los qataríes más jóvenes han adoptado el café en todas sus variantes y Doha es el hogar de una multitud de cafeterías especializadas, algunas de las cuales ofrecen giros modernos al café árabe (¿a alguien le apetece un gahwa helado?)